
Llegué al comedor del colegio en donde estaba realizándose la fiesta de medio año, era bastante temprano y yo apenas iba a comer. En una mesa rectangular estaba sentada a la cabeza una de las hermosas hijas de Xolotl. Yo no sabía quien era Xolotl, simplemente así las llamaban a esas hermosas tres mujeres que siempre andaban juntas. Eran muchas las historias que circulaban alrededor de esas tres musas, como la de que eran lesbianas, que su padre, Xolotl, abusaba de ellas y por eso nunca hablaban con nadie.
No perdí la oportunidad y me senté frente a ella que ni siquiera lo notó. En la mesa había tres botellas de un licor que parecía vodka, pero no tenía etiqueta alguna que lo distinguiera.
Comencé a comer lentamente esperando a que las otras dos hermanas llegaran. La que estaba sentada frente a mi parecía la mayor, tenía cabello negro que le alcanzaba hasta los pechos. Sus ojos eran de color café y era la más voluptuosa de las tres. Todavía repasaba mentalmente la forma de entablar una plática con estas mujeres, cuando llegaron las otras dos hermanas y al instante olvidé lo que pensaba. La mediana tenía también ojos color café, el cabello recogido con una liga negra, y una bella y fina cara blanca. Estaba vestida con un pantalón de mezclilla entallado y una blusa gris escotada. La más pequeña tenía el cabello claro, los ojos grises y traía puesta una ombliguera azul profundo que dejaba ver la arracada en su ombligo. Ella era la más misteriosa ya que el cabello siempre cubría la mitad izquierda de su bello rostro. Las dos hermanas traían dos vasitos tequileros y se sirvieron de la botellas y tímidamente probaron a lengüetazos el líquido. Observaba yo de reojo y entonces la mediana llenó de nuevo su vasito y me lo ofreció.
—¿No quieres? Sabe bueno.
Lo agradecí y después de olerlo decidí empujármelo de golpe. Al gusto no parecía ser vodka, mas bien era tequila y luego lo comprobé cuando a mi cuerpo los recorrió el eléctrico espasmo característico.
—Esto no es vodka, verdad — dirigiéndome a la mediana.
—No, para nada — y se llevó el dedo a la boca.
En ese momento sentí como el temblor del tequila pasaba de su dedo a mi cuerpo sin ninguna explicación. Entonces ella se sentó a mi izquierda y tomó mi mano.
—Tienes la mano muy suave — y sonreí al cumplido aún cuando estaba nervioso por su tierna sonrisa y porque era la que más me gustaba.
—Hola, ¿cómo te llamas? — intervino la más grande.
Le contesté y luego pregunté "Ustedes son la hijas de Xolotl ¿No?" Se miraron unas a otras y sentí que había dicho malo.
—Sí— contesto la más chica —Xolotl es nuestro padre, ¿lo conoces?
—No, es que simplemente ustedes son muy populares— dije intentando arreglar la conversación.
—Nuestro padre es un hombre muy malo— dijo la mediana.
—Sí— asintió la más grande que ya estaba parada justo de su hermana y de mi —quieres ver lo que le hizo a ella.
Y sin esperar mi respuesta empezó a bajarle el escote a la mediana y esta tomó mi mano llevándola a su pecho. Entonces me sobresalté y retiré mi mano y la mediana me dijo "Anda, no te preocupes." Mientras me sonreía y tomaba mi mano.
Antes de que me diera cuenta, la grande ya había descubierto ambos senos de su hermana y mi mano acariciaba insistentemente uno de ellos cuando la grande interrumpió.
—Mira debajo de sus pechos, en medio. El de la derecha es un lunar y el de la izquierda se lo hizo mi padre.
En el pecho de la derecha había un coqueto lunar en forma de equis y en el izquierdo una horrenda cicatriz negra a imitación del lunar. Retiré lentamente la mano y noté con horror la cicatriz, entonces la mediana se subió bruscamente el escote, me di cuenta de dos cosas, primero, que ella seguía sonriendo y segunda, que su seno del lado derecho no tenía pezón, sólo había la areola y en medio ¡nada!, lisa como un globo.
—Pero, ¿Cómo…?— dije antes de que me interrumpiera la más grande que se puso enfrente de mi y subiéndose la blusa hasta el cuello me enseño sus enormes y bellos pechos. Estos eran perfectos y tenían las equis, pero sólo eran lunares, sin ninguna cicatriz.
—Mi padre quiso que las tres fuésemos iguales y por eso intentó hacerme un lunar en mi lado izquierdo igual que a mi hermana.
Quedé aterrorizado un momento pensando en cómo podían seguir viviendo con un ogro así. Me llené de rabia y asombro, entonces la más pequeña de acercó a mi de la izquierda, una vez que la mediana se movió.
—¿Y tú tienes alguna cicatriz? — preguntó ella.
—No. Bueno, sólo esta en la frente, es una lacra de sarampión— respondí llevándome su mano a mi cabeza.
—En su locura por que fuéramos iguales mira lo que hizo mi padre con mi cara por ser la más bonita.
Su cara tenía una expresión severa y de verdad era muy bonita. Sin comprender que había dicho llevé mi mano a la parte derecha de su hermoso rostro. Ella toco mi mano y me dijo "Tienes la mano muy suave." Y bruscamente la llevó al otro lado de su cara descubriéndome así horrendas cicatrices que parecían valles, ríos y montañas. Justo en ese instante que retiré mi mano ella rompió a llorar, se llevó las manos al rostro y entre sollozos ella me dijo "Fue con unos aceite hirviendo. Pero me cuidé y me lavé diario para que no se me pusiera negro." Me miró con sus húmedos ojos y me preguntó "¿Verdad que no se me ve mal?" Con una llorosa sonrisa.
—¿Pero cómo soportan semejante maltrato? No hacen nada para defenderse.
—Es que somos trillizas— dijo la más chica.
—Y debemos ser iguales— dijo la mediana aunque ahora no había sentido en distinguir su edad.
—Pero eso no justifica semejantes torturas.
—Nuestro padre nos amenaza con separarnos y eso no lo podemos permitir— dijo la grande.
—Si tú no tiene cicatrices, ¿Cómo puedes permitir que le hagan eso a tus hermanas? Es un precio demasiado alto.
—Yo también tengo cicatrices, pero no te las puedo enseñar aquí.
—Yo no las quiero ver, yo quiero…— y me levantaron entre la tres, me calló la boca la mediana con un jugoso beso; y ya sin voluntad me condujeron por el colegio hasta los dormitorios y me metieron al suyo.
—Aquí dormimos las tres— dijo la más grande.
Era un cuarto amplio con dos camas individuales separadas por una cómoda. El cuarto era obscuro, la única ventana tenía una espesas cortinas, no había ningún escritorio, existía un tocador viejísimo junto a la pesada puerta de madera, al frente del cuarto estaba un ropero viejo de madera con una larga luna en la puertas. Las paredes eran de yeso, abajo estaba descarapelandose la pintura rosa pálido por la humedad.
—Ven— me dijo la mediana mientras me conducía hacia la cama de la derecha junto a la ventana.
—¿Y cómo duermen aquí las tres? — pregunté en un tono inocente.
—Yo me turno en la cama de mis hermanas— dijo la mas pequeña— aunque a veces ninguna está de humor— entristeciendo la cara— pero siempre se compadece una de mi— sonriendo esta vez.
Estaba sentado en la cama, recargado en la cabecera, la mediana se acomodó junto de mi y me rodeó en la cintura con su brazo.
La más grande enfrente de mi empezó a desabotonarse el pantalón mientras la mediana me daba un masaje en la ingle. Eso me puso nervioso y le pregunté a la grande "¿Qué haces?"
—Te voy a enseñar mi cicatriz.
—¿Pero dónde la tienes, qué te pasó?
—La tengo en mi sexo, sucedió una tarde cuando mi padre nos descubrió a un amigo y a mi haciéndolo, y decidió coserme los genitales, según él para mantenerme intacta, igual que mis hermanas— y soltó a llorar cuando ya estaba sólo en bragas.
—No es cierto, mi padre la violó y luego quiso reparar el daño— corrigió la pequeña.
Miraba incrédulo a la más grande que estaba a punto de bajarse la pantaleta dejando entrever algunos vellos púbicos.
—No tienes que hacerlo, en serio— dije asustado.
—Está bien— y la grande, todavía en sollozos se subía el pantalón mientras la mediana me acariciaba suavemente por todos lados.
Estuve un momento en silencio, en parte disfrutando las caricias y en parte aturdido por el espectáculo que no presencié. En ese momento la pequeña en la otra cama se recogía el cabello con una cinta, volteé en un morboso segundo y al regresar la cabeza noté que ya no tenía cicatrices en su lado izquierdo de la cara.
—Oye— grité, dirijiendome a la más pequeña— ¿no tenías cicatrices en tu cara hace un momento?
—¿Cicatrices? ¿Yo? — dijo asombrada— No sólo esta lacra de sarampión en mi frente— apuntándose con el índice arriba, en la frente justo en medio de los ojos.
Por un momento me asombré e intenté concebir un explicación pero mi meditación fue interrumpida por la mediana que en sus caricias había decidido desabotonar mi camisa.
—Quiero ver otra vez tu cicatriz del pecho— y abrió mi camisa casi hasta el ombligo.
Vi con horror una cicatriz negra en forma de equis a la altura de la cuarta o quinta costilla, cerca del esternón, por la izquierda y que ya no estaba mi pezón del lado derecho. Fue tanto mi horror que di un suspiro y me llevé la manos a la cara.
—No te duelen las cicatrices de la cara? — dijo asqueada la más grande. Allí me di cuenta de que el lado izquierdo de mi cara estaba semi-mutilado, no quise verme en la luna del ropero de enfrente sin embargo me paré bruscamente.
—Pe… pe… pero si ustedes tenían estas cicatrices, tú— apuntando a la más chica— tenias la cara hecha pedazos.
—Yo, ni Dios quiera, ¿qué te pasa? — contestó visiblemente ofendida.
—Ya, tranquilo— dijo la mediana mientras me volvía a acariciar la ingle furiosamente— mejor enséñanos la cicatriz que tienes aquí abajo.